El perro en la sociedad

El perro constituye gran apoyo en las diferentes facetas de la vida del hombre. Estamos habituados a verlo paseando por las ciudades en compañía de las familias o propietarios, en el campo guardando una finca, ayudando en el pastoreo con el ganado y también acompañando a invidentes en núcleos urbanos.

Además, el perro, por sus aptitudes, cumple otras funciones igual de importantes en nuestra sociedad. Puede salvar vidas humanas y evitar catástrofes colaborando con los diferentes cuerpos de seguridad: policía, bomberos, protección civil, etc.

Hay perros policía, de avalancha, de salvamento de montaña o en el agua, rastreadores en desastres naturales, entrenados en la búsqueda de estupefacientes y, ahora, gracias a asociaciones particulares y organizaciones, hay perros que ayudan en terapias especiales. Incluso hay asociaciones, como la organización «Regálame una Sonrisa», que practica programas de actividades asistidas por animales en institutos de salud y centros educativos. Psicólogos, psiquiatras y estudiosos del comportamiento humano, tras numerosos estudios realizados en el campo de las terapias con animales, han llegado a la conclusión de que la relación del hombre con los animales de compañía tiene efectos muy positivos y beneficiosos. En algunos casos, ha sido imprescindible la presencia de estos animales para obtener algún resultado positivo. Tan sólo personas muy cualificadas y estrechamente relacionadas con los animales hacen posible estos programas y las investigaciones en este campo. Los animales se utilizan en terapias para individuos autistas, paralíticos cerebrales, enfermos terminales, personas con enfermedades mentales, en trastornos del comportamiento, en personas deprimidas o en víctimas de la violencia. En países pioneros en este campo se han desarrollado programas de animales de soporte para personas sordas, epilépticas, inválidas y, por supuesto, invidentes.

Gatos y personas mayores

En los países desarrollados aumenta la esperanza de vida, pero las enfermedades se hacen crónicas, sobre todo en colectivos de edad más avanzada: tercera y cuarta edad (personas con más 75 años). Por ello, además de otros factores, como la disminución del tamaño de la familia, la desestructuración de la misma, la despoblación de las zonas rurales y ciudades pequeñas, cada vez es más habitual que nuestros mayores vivan solos y en algunos casos con difícil comunicación con la red de servicios. En este caso, los gatos cumplen una magnífica función social por diversas razones: son animales de tamaño pequeño, de hábitos caseros, de fácil cuidado y bajo coste de mantenimiento.

Una de sus principales virtudes es la grata compañía que proporcionan a una persona mayor que vive sola, pues los gatos se convierten en un estímulo para la responsabilidad de estas personas, que deben cuidar y asear cada día a su mascota. También aportan serenidad y tranquilidad a los ancianos que padecen una enfermedad crónica que condiciona su vida, pues al atenderlos olvidan, al menos en parte, sus dolencias. En la esfera de las relaciones sociales, el anciano se siente útil, establece una relación de cariño y aceptación de sí mismo y un enlace con la naturaleza, a la vez que recibe del gato un apoyo incondicional.

Dado los hábitos caseros de dicho animal, aún es más fácil su mantenimiento en personas cuya locomoción está impedida o limitada: artrósicos, cardiópatas, con accidentes cerebro-vasculares, en tratamientos hospitalarios continuados como diálisis, quimioterapia, etc. El gato, al ser un animal que requiere un trato directo, favorece el estímulo del sentido del tacto y del olfato y, al mismo tiempo, les obliga a estimular su aseo diario. Con todo ello se favorece en el mayor las ganas de vivir y los pensamientos positivos, solapando la soledad, el duelo por el fallecimiento de un ser querido, la lejanía de los hijos, etc.

Suele suceder que este vínculo tan estrecho les acarree una preocupación por este animal en caso de que ellos no puedan hacerse cargo de él. Para ello una posible solución sería recomendarles la búsqueda de una persona conocida y amante de los animales que se hiciese cargo de éste cuando llegue el momento en que no puedan cuidarlo. Hoy en día se permite en muchas residencias de ancianos, tanto públicas como privadas, que el mayor pueda llevar consigo al centro su animal de compañía y, en el caso de no tenerlo, se pueden conseguir a través de algunas fundaciones.

Gatos e infancia

El gato es un ágil amigo que pronto querrá conocer a los más pequeños de la casa: se subirá a las cunas y sofás, olerá las ropas del bebé o investigará en el cuarto de los niños para descubrir sus juegos. Gracias a su agilidad, tamaño y rapidez, los gatos consiguen huir de los niños, a los que en más de una ocasión se les escapa algún manotazo. Los más pequeños se sienten atraídos y muy impresionados por este animal, de ahí que intenten descubrir e indagar sus movimientos.

A menudo se escucha, conversando con los dueños de gatos y padres de familia, cómo el gato tolera y soporta estoicamente los estirones, enganchones y pellizcos de los niños de la casa. Actos que, desde luego, habrá que corregir lo antes posible. Otras veces, los disfraces o juegos a la hora de la comida convierten en auténticos protagonistas a los gatos, por lo que su paciencia queda más que probada. El bebé, rodeado de un olor especial a leche y a papilla, duerme casi siempre custodiado por el gato de la casa. Sin embargo, es conveniente que se mantenga fuera de su habitación. De ahí que, tanto por higiene como por la temprana edad del recién nacido, debamos dejar las habitaciones cerradas para que el gato no entre hasta que el niño sea un poco más mayor.

A partir del año y medio, más o menos, el gato despierta gran interés en el niño al ver que se mueve con una mayor rapidez. El niño intentará jugar con su rabo y agarrarle de las patas. Por eso el gato no tendrá más remedio que huir y saber controlar sus uñas. Este ha sido siempre el gran temor de los padres. Los gatos reciben una primera educación en su camada, más tarde en nuestros hogares. Se les enseñará cómo y cuándo deben defenderse con las uñas y cómo no deben usarlas con los niños.

También es fundamental inculcar desde bien jovencito al niño el respeto por el animal que tiene en casa, sea éste un perro, gato, tortuga o canario. Deben participar en cuanto sea posible de la higiene, alimentación y cuidados del niño y hay que hacer que el gato respete las horas del sueño de los niños. Los gatos tienen que aprender a no molestar si no quieren jugar. Mayor importancia adquiere cuando se trata de un hijo único en casa, ya que puede compartir sus momentos de juego con el animal y desarrollar un estrecho vínculo que le ayude a relacionarse con los demás niños, interiorizando los valores del compartir, del ayudar, de la mutua interacción, etc., algo que resulta más difícil en los niños hijos únicos que no comparten su desarrollo con otros seres. Aquí la ventaja del gato frente al perro es clara porque desaparece escondiéndose a cierta altura o en lugares difíciles de encontrar. El niño que ya ha disfrutado del cariño y el juego de un gato en casa sentirá una estrecha relación si algún día ve ante sus ojos, y de cerca, el momento de la reproducción.